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Adán

Voy a hablar de como todo inició en el Edén y como todo terminé en el infierno.  Cada herida que miras en mi espalda es uno de mis amantes, pero esta cicatriz gigante en el pecho se llama Adán, el hombre perfecto, el destino hecho para mí y para quien se suponía yo debía ser. Él fue en su primer esplendor un gran amor, nacido de mi absoluta inocencia y de mi corazón entero, hoy ya quedan fragmentos de cosas buenas y malas que he ido dejado en varios cuerpos, algunos que no merecían nada fueron capaces de llevarse pedazos grandes de lo que alguna vez fue mi corazón, pero nadie lo vió tan entero, brillante y nuevo como Adán.  Él parecía sacado de un cuento sacro y perfecto, llegó a mis 13 años, vestido de nego a sentarse a mi lado. Entró por la puerta principal de la iglesia, no esperábamos a nadie más, la familia estaba completa esperando el rito inicial, yo estaba entre las últimas filas, vestía de blanco, mi pelo era largo, muy largo y yo sentía que se conectaba al todo. Regresé a ver

Apego Evitativo

 Ella era bastante sagaz para huir, una maestra en el fino arte de la desaparición voluntaria e incluso involuntariamente también se hacía humo, pretendía ser un fantasma bastante hermoso para todos sus demonios internos.  Una vez me dijo que su cerebro buscaba incansablemente explicarle cosas a sus sentimientos, éstos últimos solo deboraban a su cabeza desde adentro de forma violenta, incandescente, incansable. Pensó que tal vez su mente debía escuchar a sus sentimientos y llegar a una tregua de una inclemente guerra de varios años que parecían haber durado toda la vida.  Su espacio favorito era un río, los sonidos de las hojas, el maullido de un gato negro que era parte de ella, extensión de su inteligencia y habilidad de huida, en sí misma encontró un refugio y la soledad se volvió consejera y una amiga bastante fiel en realidad.  Su frustración a la vida tal y como la conocía la volvió un agente despechado de una sociedad inhumana y enferma, una outsider, una amalgama de mujer invi

Lujuria

Se convirtió en un bombón a los 12 años de edad, ella tenía energía sexual en cada paso que daba, en cada movimiento de su cuerpo, en cada mirada lenta y penetrante, en sus labios carnosos que parecían saborear el sexo cada hora del día. Ella se sentía como el calor del Kundalini en el cuerpo, magia viva, vida arcana, cuerpo vasija que lo cambia todo, un antes y un después entre sus piernas, ella fue siempre la serpiente y la tentación. Cuando fue creado el mundo ella vio la promesa de cerca, se le pegó la magia y el fuego creador en el cuerpo. La calidez de su cuerpo no lograba arrancar esa gratificación fugaz y estrictamente personal de la lujuria, ni para ella, ni para el resto. Parejas sin fin iban y venían, tocando, mordiendo, acariciando, golpeando, cuerpos sudando juntos, tocando el nirvana al cerrar los ojos, llegando al infierno cuando los abría, todo acababa demasiado rápido, es poca la diversión, la pasión es muchísima. Lujuria era saliva, humedad, sexo goteante y miradas la

Avaricia

Tenía entendido que el mundo entero cabía en mis manos, ella decía eso como si supiera que en verdad toda la riqueza del mundo le pertenecía, era una mujer de lino y corales, una diosa opulente, estaba más sola que sus relojes de oro que guardaba en su banco de Suiza.  No, no tuvo la suerte de tener una amiga sincera como ella, llegaban amistades como las moscas al dulce, su soledad crecía, atesoró dinero a cambio, terrenos, deudas de desdichados, atesoró recuerdos de un momento más feliz y sencillo, nadie conoció sus momentos, eran suyos, sus historias que valían más que su Lamborgini. Avaricia era una mujer esbelta, de cuello muy alto donde sus joyas lucían a la perfección, no era precisamente delgada y siempre hacía alusión a que sus gorditos eran fruto de su dinero, su herencia, su trabajo arduo, su compromiso por construir el imperio que la protegería de un mundo hostil y duro. Avaricia tuvo un sepelio en medio de la crema y la nata de su ciudad, tuvo y tuvo todo lo que deseó, men

Envidia

 El brillo malicioso de sus ojos centellaba silenciosamente desde atrás de una columna griega. Miraba desde lejos, con sus ojos bajos llenos de blanco, llenos de pesar por el brillo de otra mujer, su hermana. Envidia era ágil, con una escucha superior, su presencia coincidía con eventos que herían su alma cada día un poco más. "Hay personas que lo tienen todo y buscan más" decía Envidia, remordida entre sus palabras, "mi hermana, quien se sienta a la mesa primera, quien solo piensa en ella y en su conveniencia, la reina que no permite que nadie más tenga voto en las decisiones del consejo". Envidia sabía muchas cosas, deseaba muchas cosas, sus deseos le invitaban a rogar al cielo por el mal ajeno. Ella era presa de sus bajos instintos, de sus pensamientos que mataban, no se percataba que aunque todo el mundo muera a su al rededor lo que debía cambiar estaba muy en el fondo de su corazón. Su pecho era un agujero negro lleno de descontento, de felicidad falsa y de mem

Gula

Cuando te sobra la falta de todo lo lindo, llegaba ella. Todas sus curvas saben a peligro, todas huelen a deseo. Ella tenía las caderas torneadas, las nalgas grandes que al caminar hacen poesía, el busto erguido que llenaba dos manos grandes, sus piernas son el sueño de la belleza latina, Gula era un vicio, el deseo desordenado por el placer, la todopoderosa diosa de la la comida y la bebida, era fiesta hasta el amanecer, bacanes completos, excesos de todo tipo. Sentir que no hay límites hacía de Gula un anzuelo para los desvalidos, el calor de hogar, la fiesta descontrolada, ella era la mujer perfecta, la trampa irresistible. Mirar a sus ojos provocaba siempre querer un poco más, un poco más de descontrol, un vicio creciente, un poco más de ella misma, más y más de ese éxtasis, de ese confort cálido. Gula, la dama de la locura en calma, lenta, un arponazo a las venas, ella era la droga, ella era el expendendio, ella era el inicio y el fin, un abrazo enorme, el desayuno en la cama, la

Soberbia

 Miraba a todos desde las alturas de sus hombros, para abajo, veía a donde sentía, creía y necesitaba que estén las personas. Nada regalado, ni pobre, nada mínimamente descuidado, Soberbia era pulcra, alta, hermosa. Sus expresiones se centraban en los ojos, su boca siempre fue un punto casi inmóvil en su rostro, no hablaba con todos, no consideraba a nadie a su altura. La vida la puso en lo alto, donde los privilegios te nublan la vista y solo encuentras disciplina ante el capricho. Soberbia siempre sintió que la vida le debía algo, no en dones, o en belleza, jamás en inteligencia y tampoco en lo material, a ella le faltaba algo, un vacío que crecía en su pecho, en sus días, en sus frías expresiones y en su trato distante. Evidentemente no era una mujer sin aspiraciones, tenía sueños, muchos sueños bajo esa máscara de hielo. Ella sabía que podía salvar al mundo, que su toque era el equivalente al oro de Midas, que las bendiciones de la vida eran para Soberbia el pan nuestro de cada día